Desde que
tengo memoria, la Semana Santa con sus dos días feriados ha pasado por
distintas etapas que han ido cambiando las costumbres y sentimientos de quienes
profesan religiones cristianas.
Recuerdo de niño, especialmente los
días jueves y viernes Santos eran
jornadas de total recogimiento y apego a las actividades de la iglesia. No se
realizaban reuniones públicas, menos aún de esparcimiento o diversión, los
bares y negocios cerraban sus puertas, las radios y canales de televisión solo
emitían música sacra o programaban películas alegóricas, los pueblos y ciudades
parecían desiertos, las familias cristianas se reunían en la mesa familiar
respetando a rajatabla el ayuno y la abstinencia.
Las comidas eran en base a pescado, se
compraba el bacalao seco (que nunca me gustó), las clásicas sardinas con arroz
o algún sofisticado budín con atún.
Estaba también la tradición de los
campamentos (que sigue vigente) donde las barras de amigos elegían un lugar a
orillas de un río o arroyo y con grandes preparativos de equipos y vituallas
(damajuanas de 5 L.) se disponían a pasar estos días.
Hoy día estamos muy lejos de aquellas
costumbres. En estos tiempos supuestamente modernos hemos olvidado por completo
que los feriados eran un verdadero duelo por la muerte de Jesucristo y lo
transformamos en fiesta y turismo.
Se agotan los pasajes a los lugares
turísticos, las empresas de transporte refuerzan sus horarios para que nadie se
quede sin disfrutar de un “finde” largo más de los tantos que pueblan el
almanaque, cambiando iglesias por hoteles (cuanto más estrellas mejor) y vía
crucis por excursiones. Por estas razones me pregunto como al principio:
Semana… ¿Santa?.
Por Ricardo
Bertonchini